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2024/08

La mezquita como antídoto último

Fue, como una brisa de silencio, el mismo sentimiento en la mezquita del Cairo y de Delhi. Del desierto y de la llanura verde al sol nació un anhelo de sombra, y con él crecieron las calles frescas y abarrotadas de la medina. De su vida ensordecedora, llena de carnicerías y aguas teñidas, nació el anhelo de silencio: las mezquitas de las ciudades acaloradas son su último antídoto.

La Jama Masjid y la mezquita de Ibn Tulun son como dos jardines de piedra que se elevan sobre el ruido a su alrededor, siempre distantes. Desde ellas se oye la ciudad abocinada, ensordecida, y el viento rechinando la áspera piedra roja. En ambas un enlosado grande rodeado por una tapia a la sombra, una fuente en el centro, y el sol y el aire que las sobrevuelan. En ambas la ausencia que nos habla desde los muros desnudos de animales y de profetas, desde los doseles de sombra sin estatua.

La plaza en la que se juntan a veces los hombres, muslo con muslo, está vacía, y caliente el polvo de arena sobre su suelo. Tan sólo el hueco en la piedra y el vacío que encierra.

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